Confesiones verdaderas.

Volví de un concurso avalado
por la fauna de una selva secreta
donde el rey era un poco pesado
y la reina una ninfa perfecta.
Asentí con los dedos pegados
a una nube de poca silueta,
calenté la silla del enamorado
soporté de la bruja, su rueca.
Amanecí en el alcohol de una playa
con la botella a mi lado, sentada,
te amé frente al mar y tu malla
se esfumó de repente con la magia salada.
Oscurecí el cielo en un remanso
de merca con sabor a homicidio
con las pupilas dobladas y el manso
beber de tu vientre en tu domicilio.
Carecí de escrúpulos mientras tanto
los demás en celo, alababan mi sueño
en la barra del bar donde tu encanto
miraba en mis ojos a quien era tu dueño.
Viré del timón y en los años
padecí la brújula de tanto misterio,
untando mi piel de tantos engaños
que armado de ira volé un monasterio.
Mentí sin reparo, odié mil estrellas
cursé una postal al Don Juan del olvido
trazé mil excusas para ver a mi bella
y excusé de prontuarios a quien no había vivido.
Fijé una fecha en la boda del siniestro
padecer de un ¡sí! con anillos rodeado,
me bebí el dolor de todo lo nuestro
y acabé sin alma, vilmente estafado.
Y maté al ser que algún día hubo dentro
de este esqueleto de hombre y mendigo,
mendigando amor donde nunca lo encuentro
y encontrando culpas sin fieles testigos,
y así callé el mágico desatino
de saberte mía y morir en el intento
intentando volver sin otro destino
con esta armadura que duele...Y no miento!