DÍAS LUMINOSOS

Un día vi asomada a un balcón a una muchacha

pálida y frágil como las estatuas de mi oscura ciudad.

Detrás de su baranda miraba al mundo y a la gente

y yo, debajo, al cielo y a los pájaros.

Deslumbraba, era como si la luz y la gravedad

fueran núcleo y epicentro de su rostro.

Se ofrecía al sol. Creo que tenía los pies desnudos, o la blusa

despreocupadamente abierta, o los pechos indefensos

por expuestos, o todas aquellas maravillas desplegadas a la vez.

Y sucedió en un tiempo por el que andaba yo

de ronda por la vida.

Así permaneció un rato. Luego se esfumó. Era hermosa.

Tal vez vivía sola.

Regresé un par de veces (quizás algunas más). Definitivamente

muchas más.

No hubo suerte. Es probable que se fuera a otro lugar

o se hallara de paso

y no viviera allí.

Solo era una muchacha en un balcón

y yo, un joven ingenuo y sin edad; sin embargo

todavía perdura en mi memoria

la suave luz de aquellos días.

Ahora pocas cosas me roban el asombro. Todo

se ha vuelto previsible y mi ciudad

acaso más oscura.

Hoy sé, que golondrinas como ella

están de paso, son ajenas…

y nunca vuelan solas.

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