Resucitó, Resucitó...

El silencio celosamente arropaba
el secreto del valle. Se comenzaron
a dibujar siluetas que contrastaron
con la luz de la aurora que bostezaba.
Con su voz de tenor un gallo cantaba
anunciando el arribo del nuevo día;
pero entre las mujeres dolor había
y su llanto la luz del sol ignoraba.
Su profundo cariño las impulsaba
a la tumba sellada donde yacía
el cadáver de Cristo, pues parecía
que pensaban llorarlo más. Se pensaba
en ungirlo mejor y de ser posible
enterrarse en vida con él. ¿Quién podría
remover de la muerte la piedra fría
tan sellada y pesada como invencible?
Era grande y redonda la piedra aquella,
más de lo que ellas mismas imaginaban.
Era como la muerte, la que llevaban
en su entraña los hombres amantes de ella.
Pese a todo subieron a la colina
de la vida y en ella sólo encontraron
cruces, cruces de muerte, mas, continuaron
el ascenso del alma que se empecina.
Un relámpago, entonces, de luz divina
les hirió las pupilas. La inmensa piedra
estaba retirada. Sólo la hiedra
pendía en espirales de serpentina.
Ellas, pobres, querían huir, gritar;
pero un miedo apoyado sobre el amor
que se abría a la fe desde su dolor
les impidió el intento de renunciar.
"Haya paz en ustedes", dijo la luz,
"Sé que llevan en su alma dolor cautivo,
no busquen entre muertos al que está vivo.
Yo sé que andan ustedes tras de Jesús.
La esperanza condujo a aquellas mujeres
al sepulcro. La luz del sol se posaba
en la tumba vacía. Se iluminaba
cual la luz de los claros amaneceres.
La Vida estaba fuera. ¡RESUCITÓ!
proclamaron a coro los mensajeros.
Vayan a Galilea. Sus compañeros
deben saber que Cristo por fin triunfó.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC