Después de muchos años contemplando
la reluciente luna, las bellezas del alba;
después de cortejar en los jardines
rosas que acaricié con mi mirada,
jazmines, azucenas y magnolias,
perfumados claveles de una blancura rara,
coquetas y pintadas madreselvas
que a mi paso cantaban
las glorias del divino jardinero
que todo se lo dio menos un alma,
sobrevolé los mares y las tierras,
vi los desiertos de oro y las montañas blancas,
los valles y los ríos, los bosques y arenales,
las puntillas de espuma que vestían las playas,
vi luces y colores, grandeza y hermosura
como estatuas de mármol que perdieron su alma.
Buscando más belleza, me encontré con los hombres,
mariposas de seda con barro elaboradas.
Les faltaba armonía, les sobraba prestancia;
de soles más brillantes la tierra está poblada,
de más esbeltos cedros, de más audaces picos,
y el basto firmamento tiene estrellas más claras,
que iluminan las noches como antorchas eternas.
Las golondrinas vuelan, y el hombre no volaba.
No era lo más bello de los seres creados.
Pero abriendo los ojos, levantando las capas
que disfrazan su cuerpo, que oscurecen sus vidas,
me quedé enamorado contemplando SU ALMA.
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