La Soledad se enseñorea de la vida,
se siente un vacío en torno,
entre mudos testigos de hastío.
Aparecen los temores,
las angustias sin razones,
la vida sin afecto,
sin el abrazo dulce,
el día a día,la rutina,
la soledad que se apodera,
la depresión que paraliza.
Aferrarse a algo que de sentido
que entusiasme, que ayude
a repartir amor, salir del encierro,
y reparar las heridas, atravesar barreras,
acortar distancias,
rechazar el enojo por los abandonos vividos,
empezar a perdonar y perdonarnos.
Aceptar la paz de Dios,
contactarnos con nuestra paz interior.
El enojo nos impide,
el enojo nos rebela, el miedo nos envuelve.
La actitud cautelosa nos hace
invisibles para los demás.
Empezar a mirar alrededor es necesario,
acercarnos al polo de la vida,
aceptar el cambio natural.
Todo fluye y es devenir.
Llorar, reír, estar vivos,
qué más.
El espíritu reclama
palpitar al ritmo de la vida.
Nadia Estelaniz