Llegaste a mi
envuelta en luz,
en la luz de tu armonía,
toda tú irradiando amor
por cada poro de tu piel;
con la luz
del amanecer
dibujada en tu sonrisa,
con la profundidad
de mi destino
abierta de par en par
en el fondo de tus pupilas.
Llegaste a mi
como un manto redentor,
dulce bálsamo de amor,
para curarme las heridas.
Llegaste
hablando silencios
y conversando en miradas
y gritando con suspiros
que tu no traicionarías
mi fe
ni mis sentimientos;
que en tu interior
no hay tormentos
agazapados
que dañen,
que me causen un dolor
o que provoquen mis lamentos.
Llegaste
con la quietud
que se desliza en la niebla,
con la paz de la mañana,
con la suave placidez
capaz de mover montañas
tan sólo al soplo del viento
tenaz
de tus sentimientos.
Llegaste como una flama
para alumbrar mi camino
y retomar en tí
mi destino
extraviado
en otras playas
de mares incomprensibles
y extrañas barcas lejanas.
Llegaste y permaneciste,
callada y fiel,
a mi lado
sin ser motivo de pena,
sin perturbar tu alma buena
a mi ánimo cansado.
Llegaste al lugar sagrado
que oculto en mi corazón,
como al hogar
añorado,
para dar nuevo sentido
a tanto tiempo, tanta espera.
Llegaste tú,
mi ilusión,
mi cielo, mi mar,
¡mi dueña!-
Eduardo Ritter Bonilla.