INQUIETUD

INQUIETUD

Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

Te hubiera amado,

de todos modos… te hubiera amado;

en las notas de un piano abandonado,

en las sonrisas de los niños

en el viejo clavicordio de mis penas.

Te hubiera amado,

en la tibieza  de la tarde,

en el piélago azul de la mañana,

en los ojos de un camello en Samarkanda,

en la fuerza de un rebelde Saduceo,

en el aire que deshoja madrugadas.

Te hubiera amado,

en la lluvia que insistente,

golpea tu ventana,

en el rayo de luz, que tímido,

toca tus sandalias;

en la esclavitud

a que  sometes mi voluntad

con tus miradas.

Te hubiera amado,

con la pasión de un reo,

y la virtud de un ciego.

Te hubiera amado

en esa gota de luz

pugnando entre las sombras;

en la ausencia de las leyes,

en presencia de los reyes;

en la palabra sencilla

que  estremecelos labios

para decir: te quiero.

Te hubiera amado,

a pesar de los trigales

y  a pesar de las espinas.

Te hubiera amado

en el arroyo de aguas mansas

o en la ingente precipitud de las cascadas;

en la doliente flor  que sin pensar,

esparce su aroma a los dolores,

al anagrama de un valiente enamorado.

Te hubiera amado,

en el parpadeo de un lucero,

o en el jinete de luz

que se pasea por mi alma,

cuando pienso en ti,

y sin cesar me acuerdo

que soy un simple mortal

muriendo a las puertas de tu amor;

que todo es triste cuando pasas

indiferente  por mi senda

y nada te conmueve.

Te hubiera amado,

con paciencia de labriego.

Te hubiera amado,

en la feliz mañana

que tiñe tus labios de claveles,

y viste tu piel de primavera;

en la hora de los fiordos

y secretos perfumados de misterio.

Te hubiera amado,

en la dulce plegaria

pugnando allá e en la ermita,

en la tristeza de Dios

cuando pierde sus almas,

en la febril arrogancia de los césares

 y en la humildad de los trigales.

Te hubiera amado,

en el arrullo de una madre,

en el ignoto transeúnte de los cielos

cuando muere la tarde;

en la augusta placidez de los crepúsculos,

en el suave despertar de las luciérnagas

en los murmullos de la noche.

Te hubiera amado,

en la  alcurnia de un príncipe en Siberia,

en la voz del carpintero de Emaúz,

perfumada de cedros y de sauces;

en una bandada de estorninos,

en las peripecias de un estafeta en Trafalgar

en el deleite de un almendro,

musitando a los cielos

oraciones de frutas

o en las aguas

que sueñan libélulas de fuego

en un viento de cenizas;

en el lector de sagrada faz,

en el sabio  auscultor

de antiguos pergaminos,

en la suave cadencia de una música lejana.

Te hubiera amado,

en los reinos de la princesa Scherezada,

en la regia leyenda de Merlín

o en la de Ulises en su regreso a Itaca.

Por merecer tu amor,

hubiera marchado de voluntario,

al  sur del Africa,

a las tierras de Espartaco,

al ágora de Atenas.

Hubiera ascendido  a los santuarios

donde hierve la fe

y se pierde la voluntad.

Te hubiera amado

aunque perdido todo,

el honor, la bizarría;

postrado ante tu altar;

me hubiera inmolado a tus pies

en horrendo sacrificio.

Te hubiera amado

en esta lejanía de precipicios y agonías.

Fuiste en la altivez de un día

la bella adoración de mis anhelos.

Soy ofrenda

para que en constante sacrificio

muera en tus encantos.

Te hubiera amado

en la inconsciencia de un egregio paladín,

en la sonrisa de un invencible espadachín

en los incógnitos postulados de la ciencia,

en el abismo que pregunta por mis quejas.

Te hubiera amado,

perocomoves,tan solo eres,

el vestigio de la sombra que declina,

en este anochecer

de incontroladas  olas.

Te hubiera  amado,

pero  como ves,

tu amor, apenas,fue una leyenda

escrita en la triste muralla de mis penas.