Esa tarde la vi con tal paz en su rostro,
que nunca imaginé tan cercano el final.
Presuroso los ángeles, junto al Dios amoroso
Preparaban para ella, en cielo un lugar.
Con dolor en el alma y ternura infinita
sus amados sobrinos tomábanle las manos
y silenciosamente desgranaban lágrimas
mientras de gratitud y amor musitaban palabras.
Ni un lamento, ni un ay! escapó de sus labios.
Enfrentada a la parca, la batalla perdió.
Lentamente se durmió para siempre
cuando el palpitar del corazón falló.
Los coros celestiles preparados estaban
a dar la bienvenida, a la que de valentía
y coraje ejemplo nos dió,
para aceptar la voluntad de Dios.