Enrique Larreta La queja de Don Juan
¿Por qué, en vez de llorar, no amenazaste?
¿Por qué fuiste tan dulce y tan honrada?
¿Por qué siempre, a mis pies, desconsolada
derrocar vuestra dicha me dejaste?
¡como no presentiste el desgaste de nuestro amor humano?
¡Poe qué mi amada no fuiste un poco infiel y despiadada, para atizar el fuego que inflamaste?
Te perdí sin saber lo que perdía;
culpa fue de tu cándida nobleza
que no quiso medir lo que ofrecía.
Hoy, torvo y solitario en mi tristeza,
pensando en ti desde que amanece el día,
mi constancia maldigo y tu firmeza.
Lara Elra Cira No te quejes, Enrique...
Las lágrimas que derramé en lugar de amenazar
fueron así derramadas por el afán de retenerte
de no perderte, de no alejarte de mi lado,
Y si fui tan dulce, y tan honrada, Enrique,
fue por amor aún a pesar de ver, desconsolada, mi dicha por ti derrocada... pero todo, todo era para no perderte, Enrique...
Presentía el desgaste de tu amor humano, más no así el mío que sentía era inspiración del Cielo,
nada terrenal, nada de amor "humano", Enrique...
por lo mismo no pude serte infiel y mucho menos
despiadada; creí que así ese fuego que logré inflamar, se atizaría mucho más, hasta volver a arder por siempre en ti, Enrique ...
Ahora que te lamentas de haberme perdido,
sin saber lo que perdías y culpas a mi cándida nobleza que tú piensas no sabía lo que ofrecía
Dices estar torvo y solitario en tu tristeza y
que piensas en mi de noche y día; maldices tu constancia y lo que tú crees fue mi firmeza...
Mientras que Yo; desde el Cielo, te sigo amando
y en mi nobleza, te sigo ofreciendo lo que con tanto amor y devoción yo te ofrecía... Enrique
Así es que: aquí estoy, ¡no te quejes!
Lara Elra Cira