Caminar por la playa en la mañana temprano es saludar y dar gracias a Dios por todo lo que nos da. Sentir que las olas mojan nuestros pies y siguen en busca de alcanzar una orilla que nunca termina para, cansadas retornar al mar y volver a empezar. Sentir la brisa acariciando mis oídos y el perfume del mar, los primero rayos del sol asomando entre las montañas y el silencio, ese silencio cómplice que se nos mete en el alma para darme un poco de paz.
Mis pensamientos vuelan a través del tiempo y aun los mas recientes para como un calidoscopio mezclarse y dar mil formas a esta desolación que no se va.
Vuelvo casa a refugiarme con los recuerdos, me tiro sobre la alfombra y me quedo dormitando... La puerta se abre y te veo ahí parada, me miras a los ojos y pasas lentamente hacia las habitaciones llevando tus valijas, luego regresas y te sientas junto a mí, en silencio. Tienes una mirada con un brillo en los ojos que parecen estrellitas jugando en un cielo verdoso. Pasan las horas y me voy a mi cuarto, durante la noche siento tus pasos recorrer el salón. Son suaves y silenciosos casi creería que lo hace por temor a despertarme, pero te siento y me quedo dormido.
A la mañana al despertar no te encuentro, te busco por todas partes, en el jardín, en toda la casa y voy hasta la playa y tampoco estas ahí. Regresan las sombras de mis recuerdos y se me entristece el alma. De pronto siento la calidez de las aguas mojar mis pies, el sol tempranero ilumina mi cuerpo, a los lejos los pescadores extraen sus redes mientras cantan a coro una canción en portugués, levanto los ojos al cielo azul y en ese instante te siento dentro de mí, estas ahí... durmiendo en mi corazón. Desde entonces me acostumbre a tu presencia, tu fuerza poco a poco fueron venciendo mis sueños que querían morir y me impusiste lo tuyos que querían vivír