Derrota Final versión completa

Derrota Final
I
El abandono y la idea
Ella amaba desde mucho al autor de sus latidos
y luchaba cada vez por tener un día el vestido,
pero el vil, cobarde hombre se olvidó de los caminos
que escribió con color sangre en el pecho con cariño.
Ese hombre se marchó con el miedo de un felino
derrotó aquel corazón dejándolo sin destino,
se escapó, no dijo adiós, sin pensar en el peligro
que se apareció en la vida de la chica ahora perdida.
Ya la vida no importaba si no estaba él a su lado
y los sueños que quedaron se esfumaron en el acto,
mientras en todo el pasaje de una mente actualizada
se paseaban de la mano las hermanas mas odiadas.
Allí estaban trabajando en terreno maltratado
la tristeza más dolida y la muerte más ansiada,
dando paso a la agonía, refugiando todas penas,
esperando el tiempo exacto para acabar con la vida.
II
El suicidio
Se fugo de su casa en la noche mas fría
y llevaba consigo un pedazo de vidrio
una cuerda muy fina de colores bonitos
y el valor más completo para ver ese día.
Camino por la playa sin conciencia, sin alma
para ver el ambiente, para extenderse al alba
y al sentir el calor sobre la piel quemada
tomo las herramientas y comenzó a ejecutarla.
Amarro con la cuerda su muñeca y su radio
batió el brazo con fuerza hasta oír cerca el llanto
tomo el vidrio en la otra y miro hacia el pasado
y sintió la espesura de su sangre en las manos.
El dolor en sus venas no podía compararse
con aquel que guardaba en el pecho, en el alma
y se fue recordando el amor que en su vida
le hizo el daño mas grande que en el mundo existía.
III
Descubierta
Hoy los guardias electos visitaron la playa
encontraron el agua del color de las tardes,
descubrieron el cuerpo de la chica perdida
en los largos caminos de la mente angustiada.
Revelo aquel estudio la hipótesis calculada
fue funesta sorpresa para aquellos parientes,
y para el cruel asesino del corazón de la chica
la noticia tan triste fue una más en los diarios.
IV
El funeral
En la noche del día de la muerte de Claudia
el vestido con mangas le cubría las rayas
y la frágil cortina que colgaba en su rostro
escondía los gestos que quedaron marcados.
El muchacho traidor y causante del hecho
fue a la fúnebre cama a posar su despecho,
a dejar unas lagrimas de mentira en el lecho
para dar a entender que había pena en su pecho.
Y las gentes lloraban la tendida muchacha
con las ropas oscuras apoyaban la marcha,
de otro hecho maldito en las calles del mundo
de una muerte fatal por la espina del truco.
Jennifer Marie Feliciano Segarra