Era una calurosa tarde, de esas en las que el sol lo baña todo de dorado. Le ví, sí, era él, allí a lo lejos, y me llamaba, ¿a quién? ¿a mí? si, a mi. Fuí corriendo hacia él y le abracé fuertemente, sentí como un cosquilleo por todo el cuerpo. Me cojió de la mano y estubimos caminando por el parque, bajo la mirada del sol que nos observaba satisfecho; caminamos horas, aunque parecian segundos, nos dirigimos hacia la playa, els sol empezaba a dar paso a la luna, una luna redonda y brillante. Cuando llegamos, nos sentamos en una roca, el sol se estaba escondiendo y nos pusimos a contemplar como nos decia adiós: sus rayos, ya no tan potentes y de un color anaranjado, alumbraban las aguas cristalinas; las nubes eran moradas y el cielo rojizo; en ese momento nuestras miradas se hallaron, los labios se fueron acercando prudentemente y, al llegar a una distancia, mis párpados se cerraron, entonces no ví que sucedió, pero pude sentir muy bien como nuestros labios se rozaban, en ese momento, ni nos hablamos ni nos miramos, pero los dos supimos lo que significaba aquel beso, fué un beso largo y profundo, abrí los ojos y mire hacia el sol, todavia no se habí ido del todo y me sonreía. Caminamos bajo la luz de la luna cojidos de la mano, hacia mi casa, no había ni una sola nube; al llegar me dijo que debia irse, que no podiamos seguir juntos. Me dió un triste beso de despedida y se marchó, en ese preciso instante, empezó a llover, yo me metí para dentro y desde la ventana observé la lluvia, no podía dejar de pensar en él ni en la bonita tarde que habíamos pasado juntos. Una lágrima se resbaló por mi mejilla, fuera empezó a llover más fuerte, el cielo se había percatado de mi tristeza.