Por oscuros callejones
una dama se desplaza
sigilosa, deprimida,
cohibida, demacrada.
Lleva luto en sus ojeras,
cicatrices en el alma,
nubarrones en los ojos
se descargan en sus lágrimas.
Se olvidó de sonreír
y por todos despechada,
va al encuentro de la muerte
y aun la muerte la rechaza.
¡Pobrecilla! ¡Cuánta angustia,
cuántas penas enredadas
en su rostro se reflejan
como hienas atrapadas!
Tú que puedes, Padre bueno,
con la fuerza de tu gracia,
reintegrar a tu rebaño
a la oveja descarriada;
Tú que sufres cuando miras
a tus hijos en desgracia,
no la dejes más sufrir,
haz que torne su mirada
a la fuente de la vida
y devuélvele la calma.
No permitas que se pierda
en su noche despiadada.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC