(Hoy, mañana, pasado)
Siempre creí que sus ojos no mentían.
Se enfriaba el café por años oyendo sus excusas.
Llenaba las lagunas ausentes,
Con brevísimos obsequios inmateriales,
Lo suficientemente buenos para instaurarme
Con un certero disparo de ternura
de nuevo la sonrisa.
Si el calendario de mi paciencia se quedaba corto
Al lado del hartazgo, raudo corría
subido a sus malditos ojos brujos.
Hasta alcanzarme, y torcer mí rumbo seguro.
Luego, tendida, inhalando el humo de sus negros cigarros,
Mi mundo otra vez, descansaba en sus manos.
Cruce océanos pantanos callejones desolados
Desoí cada señal vial durante el largo camino.
Peñascos y más peñascos,
Arañando el letargo de sus brazos.
Pero la voz inaudible
latía cada pulso de su nombre,
en mi destino.
Le sabía sus dobleces, y reveses,
Sus ambigüedades, sus destetes,
aun así sus frecuentes traiciones desollaban
Las ojeras, que en mis ojos él no veía.
Quien pudiera ser capitán del navío que supiera no
naufragar en esas olas?
Apenas me rozaba con su aliento de caballero ambulante,
Y mis ínfulas de experta amante, se volvían de
principiante.
Requerí las fuerzas de las que carecía
Para soltarle la mano en Dargequiensabe, extraño nombre para un bar situado en la esquina entre
desconocido coraje y el deseo archiconocido
por besarlo,
que tape bajo tierra en el viaje de mis manos.
Pero, cuando me preguntaron hoy
El porque de tanta bravura,
Solo pude responder,
Yo siempre creí, que sus ojos no mentían.
Miriam Mancini 9/12/09-a mi tatuaje.