… Las palabras se hacen necias, toscas, se hacen pesadumbre, llanto, todo es sombra cuando las palabras albergan la melodía de tu nombre, esa melodía que me toca y me ahonda descalza y afilada, que araña cada uno de los recovecos que guardan en mi mente las formas de tu cara, los añiles de tu mirada, la dulzura de tu alma.
Los silencios se hacen gritos que te claman, los silencios expanden la oquedad de mi ser, y lo hacen abismo, un enorme abismo de penas y necedades, de absurdos y disparates, que chocan con la realidad, con esta puta realidad que me abofetea cada noche, que arrastra mi sueño a tus recuerdos, a mis insomnios, al azul de tu cielo, color de mis delirios…
La noche se tiñe de un esquizofrénico naranja, y devora la purpurina que tintineaba en lo oscuro del cielo, ahora todo es hojalata, plástico, humo, naranja.
La noche sumerge la ciudad en un naranja extraño, pálido, sangriento…
Todo es vacío y necio sin ti.
Palabras, silencios, noches… todo se enrarece y se muere a tu ausencia; las calles se hacen eternos pasajes ensanchados infinitamente por tu falta, la luna se cae, la luz se adormece y pálida se rinde a las sombras que me traen los días, y yo inútil e ilógica persigo los segundos que se me escapan, que corren a sepultarse en un pretérito que ya ni si quiera recuerda mi nombre.
Y se que no voy a encontrar en estas líneas la palabra que consiga definir el daño que me hace no tenerte, no hay muerte que duela y llore tanto como la muerte de mi amor; pues soy un muerto en vida que busca el camino de vuelta al abrigo de tus brazos, y me he perdido para siempre.