Me desperté sobresaltada en medio de la madrugada. Tomé un vaso con agua bien fría y me fui al baño. Me lavé la cara y me miré al espejo, y en el espejo no había nada.
¡No se encontraba mi reflejo!. Volví a mojar mi rostro, un poco asustada, me busqué en ese vidrio y no hubo caso, en el espejo aparecía la pared que se encontraba detrás de mi, pero mi cara no se veía y yo comenzaba a aterrarme.
Volví a lavarme los ojos para intentar de una buena vez despertar, escapar de esa pesadilla que me mantenía apresada. Levanté mi mirada, temerosa, desesperada y volví a contemplar mi ausencia, mi vacío, mi nada.
Seguía sin reflejarme en el espejo.
Frustrada, resignada, volví a acostarme y obviamente no pude conciliar el sueño.
En mi insomnio intenté reflexionar sobre esta extraña situación hasta que finalmente, de verdad desperté.
Es que en mis sueños suelo olvidar quien soy en realidad.
Nosotras las vampiras, muchas veces confundimos nuestra condición y en nuestras pesadillas nos convertimos en vulgares y patéticas humanas mortales.
Más tranquila, me volví a acostar en mi féretro y esta vez si pude dormir, casi como un bebé.
Afuera, seguramente el sol brillaba con toda su intensidad.