INSTANTANEAS DE UN SUEÑO, digamos, GENTIL

Ayer soñé que nunca se habían ido.
Los bichitos de luz que recolectábamos, felices y apesadumbrados, en las impacientes noches del patio de la casa madre.
La candorosa alegría de despertarnos antes que el alba, en la guarida de la playa, para correr a enfilarnos aun con lagañas, junto al cordón de la vereda, quedándonos como estatuas vivientes, contando secretamente con la complicidad del generoso conductor, regador de las calles de arena. Habilidoso al extremo de pasar lo suficientemente cerca como para salpicarnos de agüita a nosotros, y de infancia a él. Del que nos despedíamos cada vez, como si fuera la última. A sabiendas, claro que el ritual se repetiría a la mañanita siguiente y por lo que durara el verano.
La vez que jugando a la escondida, una noche calurosa, quiso la mala suerte en buena hora, que diera en coincidir en el mismo minúsculo escondite, casa amarilla baldosas marrones, y compartiera el mismísimo instante del juego con un compañero de aventuras, del que solo recuerdo que tenia mi misma estatura, y el calor de la noche en su aliento sobre mi nuca, en la medida exacta como para sin ni siquiera rozarnos hacer que nos quedáramos pegados al piso, hasta que nos libraron, hasta que comprendimos que fatídicamente y dichosamente esa, había sido la ultima escondida.
El día que llore furia, cuando por vez primera me percate, (me percataron) que existía la pobreza, la miseria, la crueldad. Y desde el fondo del patio, ese día, justo al lado del galpón, desde el fondo de mí, le grite con todas mis fuerzas al cielo mi ateismo incipiente, mi solemne declaración la oyeron las estrellas. Yo se que si. (Pobrecito Dios, solo 8 años de mi almanaque se apropio)
Luego, llego el día en que me enseñaron a jugar a la rayuela. Ya no recuerdo quien fue (quizás las mismas estrellas)
Y el día en que se la enseñe a mi hija.
El que la haya jugado, sabrá entender mi austeridad en contarlo. El que no, me ofrezco a jugar cuando guste.
Esos conciertos mas laureados que cualquier Square Garden de ninguna parte, con los palos de escoba y sin ellos, los escurridores (secadores de piso, para los exquisitos), ollas de puchero de gallina, Viudas e hijas del rock and roll, y como sinfonía de fondo solo los sueños no rotos. (Perdón sabina)
El día que me regalo mi papá, traído desde una islita del Tigre, un ridículo pajarito, que a fuerza de amor y obviedades, fue bautizado 'pipi', y el día mas maravilloso, que aquel día acarreo, cuando dejando boquiabierto a mi papa con ese desconcierto que nunca habré de calmar, le abrí la jaula.
Eternas dudas vi que tuvo, pobre pipi. Finalmente, irremediablemente, felizmente hizo primero algo que ni siquiera llego a ser saltito, luego, cruzo alado, cerquita nomás, a la rama del árbol que solo florece en navidades, de ahí a una nube (desde el quinto grado que me persigue la duda, B o V perdí un campeonato de ortografía por la nube/nuve, vendrá de ahí? ) y de ahí nunca supe.
Pero que perfecto encuadre para el cielo, para mi mirada. Ese día aprehendí (esta me la se, fue a Pro sopito) la palabra libertad. Y me enamore de ella.
Cualquier similitud con hechos reales, o personas, no es ficción, Aunque lo parezca.
Y que bueno, si lo parece.