Qué ojitos cruzarán los bordes nuestros por sobre nuestros hombros (a veces anchos, otras veces caídos del miedo del mañana). Hoy quería decirte las cosas que ayer no pude, pero no es nada nuevo (no pensemos más allá de lo sabido, al menos por hoy), hay un beso que siempre se acerca y parece nuestro para siempre, besos que no se dicen y tampoco llegan a ser más que el cariño que te tuve de meses atrás que iniciaron cuando nos vimos los ojos directamente o escuchamos nuestra voz escrutando un rostro que no conocemos en giro. Pero el beso que no va más allá de la amistad y curiosidad; ese beso que puede relajarse un inicio de tarde, pero al final – iniciando la despedida – vive para buscar su vida cerca o esconderse en un acción futura a encontrar; pero sin importar o importar poco el día de mañana sabemos que será difícil no vernos otro día futuro, como si contásemos nuestros pasos a veces contamos los días que insensiblemente se vuelven ansiedad y nos quejamos sin hacerlo ver de porqué las cosas no van como queremos (LA VIDA, le dicen). Dejemos que el mañana haga lo suyo, respiremos profundo hoy e intentemos levantar la roca pesada por sobre la esfera rodante (aparentemente perpetua siempre), sabiendo que mañana me arrepentiré de lo que hice, no hice, hice mal, fallé en el tacto y pensé hacer sin remedio ni respuesta; otros tienen más tiempo y solo me queda aconsejar que uno mismo está primero en su sonrisa. No necesitamos buscar nuestra propia sonrisa en el otro.