En tu honor,
me desvisto ante las sábanas
de la impaciencia
y me cubro de tu piel,
rasgo indisoluble
de los bellos momentos.
Me acicalo en la penumbra
de nuestro cuarto, dormido
entre tus pezones
miel, de condimentos
paganos y guerrillas
de insomnios puros.
En tu honor,
el estereotipo de los
montes, me reflejan
tus oscuras cavidades
donde mi boca llega
y tus ojos llueven
despacio.
Me revuelco en tus ajuares
blancos interiores
de tanta seducción permitida
entre los laureles
de algún Dictador
hundido en sus dilemas.
En tu honor,
y en el honor de
todo lo nuestro
te amo proscripto,
callado, póstumo,
porque el paso del
tiempo aún no me ha
congraciado con la
bondad de tenerte
para siempre.