A VECES NO TENGO LAS PALABRAS

Amo las palabras más que la vida

hasta el tormento de la mordedura,

el tiempo otrora de antiguas sílabas

es la senda de bellos recuerdos que conspiran

y en las viñas son colgajos maduros que no perduran.

A veces mis labios no hayan la dicción precisa,

siempre adulteradas de acibares o almibaradas,

laminadas por siniestras citas

que presagian vigilia de sueño entrecortado.

Aquellas que instalan armonía en el reposo del silencio

o las que encienden el leve suspiro de una dama,

aquellas, las que necesito, no las tengo.

Tal vez son un soliloquio urdiendo

la urgente transparencia del momento,

salen goteadas de mi boca en fugacidad arrebolada.

Cuando presiento que me las presta el universo

en lentos juegos de capuchinas crepusculares

donde el habla chispea el incendio de aguas claras

mi gola expulsa palabras que dispenso.

Más precisas aparecen antes que el rostro se manifieste,

coyuntura exacta al decir te amo.

En esta vida turba la comunicación se intercepta

en las fronteras de careos.

Cara a cara y cuerpo a cuerpo las vocalizo

y me impacta el brillar de sus ojos en la seducción del vocablo.