Sobre una tela
lino,
sobre ella
la mujer de ruidos,
la mujer verbena
de caricias profundas
acompañadas de vino
y sangre
hasta en los tobillos,
la mujer
de los tatuajes,
el mismo paraíso
en mi boca
sintiendo caudales
de su interior,
agua blanca
y bendita
acelerando mi corazón.
Sin piedad
y con pasión,
la mujer me dejo
rasguños
y a mi ser desangró
por los huecos
de mis venas,
donde mis demonios
salieron por ella,
por la entrada
en la cueva inata
de su puro color.
Una mujer pequeña
crea grande adicción,
hace parar mis arterias
y demás cosas
en la inercia del tiempo,
quiero verla
en esa posición de nuevo,
donde mis demonios
puedan sembrar
en su pelo la maldad
y el pecado,
la atracción
y el mismo arrebato
de volverla
a hacerla mía,
como el poeta a la rima
llenandola sin prisa
de su albedrío,
de demonios ansiosos
o fríos.