Y se me dieron raíces,
cuando yo había pedido alas,
porque la vida
es más sabia que el hombre,
y porque el destino,
como un padre amoroso,
le da a cada quien
lo que realmente necesita
y no aquello que desea
por un simple capricho.
¡Que para volar no es preciso
disponer de alas, ni plumas,
sino haber alcanzado ya
la lucidez en la mente
y la ingravidez en el alma!
No desear nada del mundo,
no tener manos atadas;
volver el rostro hacia el cielo
y abarcar con la mirada
el reino de las alturas
que nos están reservadas.-
Eduardo Ritter Bonilla.
8 de Octubre de 1986.