Estos brazos tan cansados,
estos labios tan marchitos,
estos ojos fatigados
de leer tantos escritos,
conservan aún la llama
de la eterna juventud
(esa que habita en el alma
hasta el final de los días,
esa constante inquietud
que aún conserva la virtud
de causar tus alegrías).
Aún me hierve la sangre
al contemplar tu belleza
y se extienden mis manos flacas
a llenarte de terneza,
recorriendo tu figura
con increíble destreza,
producto de mi experiencia.
Aún trastorna a mi conciencia
tu sin igual hermosura,
aún despiertas mi ternura
y me consumes de impaciencia.
Se borran de mi memoria
las arrugas de mi frente,
la abundancia de mis canas,
lo reseco de mi piel
ante tí, cada mañana;
siembro tus campos de amor
con mis dedos temblorosos
y tus labios deliciosos
me siguen sabiendo a miel.
Eres tierra fresca y fértil,
en espera de la siembra
y yo soy hábil sembrador,
cuidadoso jardinero
que te cuida con esmero,
que te brindará calor
hasta el momento postrero,
¡tú sabes cuánto te quiero
y cuán sincero es este amor!-
Eduardo Ritter Bonilla.