Hay un llanto tras la puerta
un dolor inconfesable,
hay un ser que se lamenta
ante un Dios imaginable.
Otra noche que fue prenda
de los golpes de un cobarde,
del abuso de su fuerza
y maldad de un miserable.
Otra noche que su orquesta
fue insultos sin detalles,
fueron voces sin respuesta
fueron gritos en el aire.
Implorar de la clemencia
desear que todo acabe,
susurrar de la importancia
con el alma en dos mitades.
El cansancio se apodera
de ese ser abominable,
y sucumbe de su empresa
para ir a recostarse.
Cobra vida en apariencia
el silencio entre retales,
de sollozos que fermentan
sin llegar a publicarse.
No la sostienen las piernas
a de avanzar arrastrándose,
mientras le cruzan ideas
que su razón le debate.
Al botiquín su tarea
para limpiarse la sangre,
disimular las ofensas
que lleva en su propia carne.
Lagrimas que se pasean
por su mirada errante,
pensamientos que la llevan
hacia un mañana anhelable.
Desde un ayer de pureza
escrito con letras grandes ,
hasta un sentir sin pereza
y un amor inigualable.
Lo mira y no encuentra
ese tiempo y los detalles,
aquel ser que era paciencia
y hoy no es mas, que un salvaje.
Se oye un llanto tras la puerta
un dolor inconfesable,
una ilusión que se quiebra
sin apenas levantarse.
Una mirada que inventa
esa esperanza que late,
efímera recompensa
que busca entre los retales.
Retales de una quimera
sobre su mundo expectante,
en busca de primaveras
para su invierno constante.
Retales de una apariencia
de un ayer inolvidable,
retales que el alma lleva
y son su cruz y su carcel.