Encuadrado en este templete,
a los pies de la cruz que alberga,
con el horizonte simulado tras las colinas
y el sol en lo alto que augura tranquilidad,
veo llegar desde todo confín peregrinos
que alisan el suelo empedrado
al marcar su fe en cada paso,
para hacer llegar la oración
por la paz de su alma.
Mas yo tengo mi ser en la lejanía,
en ese vacío que me absorbe,
en donde empieza el caminante
desde las tierras de buen sentimiento.
Allá donde florece el almendro,
donde la simiente arraiga,
donde el sollozo de un niño
se acalla con los latidos del corazón
en donde no existe nada
en donde tan solo hay amor.