Asfalto sediento de sangre,
metal, cuchilla en el aire,
que herido
lanza un silbido inquietante.
El caucho araña el suelo,
éste aulla en respuesta,
mientras cabalga por el cielo
como una risa sinistra.
Una máquina desbocada
ruge un estertor de libertad,
una garganta aterrada
un grito que nunca saldrá.
Fuerzas colosales que chocan,
firmes estructuras que ceden,
hasta espíritus incorporales
se asustan, se duelen.
El metal, como papel,
se arruga, se rompe;
Entre cristales atomizados
y estiletes de acero...
hay un hombre.
El metal se retuerce
con gran estruendo;
La carne de deforma
y muere en silencio.