Alumbrada de estrellitas para asir,
alrededor de un jardín florecido,
en el que puedo ver y tocar una flor,
apareces tú Gabriella Rose
como un capullo de magnolia blanca,
rozando de lejos mis manos ansiosas,
buscando con tus bellos ojos grandes,
a este viejo jardinero arrugado y cansado,
que afanoso, dócil y melancólico
se aferra al trecho distante entre nosotros.
Crecerás cual perfumada y lánguida flor
entre los ocasos triviales de este mundo,
entre los desaciertos de esta vieja vida,
embriagando con tu aroma y tu luz
los cándidos rasgos de belleza y amor,
que esparcirás con tus suaves pétalos
en este mundo difícil y asombroso.