En mi lecho no hay flores ni hay aromas extraños
ni hay en mi austero cuarto candelabros de plata,
sólo una foto antigua, quizá de alguna ingrata
con la que tal vez pude gozar algunos años.
Mis pasos fueron llanos, ausentes de peldaños,
mi vida estuvo anclada casi de forma innata
allá donde la luna de magia se retrata,
donde se desvanecen oscuros desengaños.
A Dios le consta, claro, y espero que así sea
que yo traté de amarlo con todos mis sentidos,
que por su amor anduve más lúcido que loco,
pues fui como las olas del mar, como marea.
Mis versos fueron cantos de pájaros heridos
que sueñan en su nido y mueren poco a poco.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC