Tus ojos color de ayer aun están en mis pupilas,
el recuerdo de tu piel en mis manos,
y el sabor de tus labios en el centro de mi vida;
¡Como me dueles mi bella amada!
¡Como me desgarra ver la sombra de tu ausencia!
Escuchar el silencio de tu adiós,
del cual no tuvimos nada que ver,
ése que decidió nuestro Creador.
Te fuiste tan pronto, sin despedirte siquiera,
sin avisar, sin darme la oportunidad de ver
tus ojos por última vez,
no pudiendo contener en mi alma
los momentos de tu vida entera,
el último suspiro de tu vida
y el calor del roce de tu piel.
Ya no eras mía, es verdad, pero lo fuiste,
yo te llevaba en cada suspiro de mi vida
en cada oleaje de tu mar,
en el morir de cada tarde,
y en el vivir de cada amanecer.
Nunca podrás leer estas líneas
lo sé,
nunca podré entregarte un último beso,
también es cierto;
pero sé que en cualquier parte de la eternidad
al escribir el epitafio de tus versos,
algún ángel que pase por aquí, te dirá,
que el corazón del hombre que te amó
se desangró al recordarte como nunca antes,
sintiéndote infinita en la distancia
e inalcanzable en el tiempo.