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Categoría: Nostalgia

Nocturnal

A veces pienso, a veces, que estoy en todas partes
y vivo confundiendo los Jueves con los Martes.
Pretendo ser un ave y apenas soy gusano;
a ser divino aspiro desde mi ser humano.
Zafarme yo quisiera del mundo y sus prisiones,
auriga de mis sueños y de mis emociones.
Andar sin prisas, solo, sin vértigos, despacio
y oír el aparente silencio del espacio.
Seguir al Dios que llama, que siempre está llamando,
quién sabe desde dónde; quién sabe desde cuándo.
Al Dios que ya intuía desde mi tierna infancia
llenando con su gracia de luz mi blanca estancia.
Amar con entusiasmo, con vigoroso acento
al Dios que se percibe como se siente el viento.
A Aquel que haciéndose hombre comparte mis abismos
desde donde nos leva sobre nosotros mismos.
Regreso a la fantástica etapa ya distante
de mis primeros años cuando aún era un infante
y añoro las sublimes, arcanas experiencias
en donde disfrutaba sin las ambivalencias,
del cielo, las estrellas; del mar su intemperancia
del sol, su intenso brillo; del aire la fragancia.
En un suspiro evoco la plácida inocencia
del alma de los niños ajena a toda ciencia
e igual, como los niños, quisiera ser ahora
cuando la Parca viene sin prisas, sin demora.
. . . . . .
La muerte de mi padre rompió una parte mía
y sumergió a mi espíritu en la melancolía.
Su adiós cubrió de sombras mi entorno en la alborada
cuando se fue en silencio, tan sin decirme nada;
y así como se marchan los que han dejado huella,
se transformó en lucero, se convirtió en estrella.
Justificó de mi alma la racha dolorosa
y apenas sonría cuando bajó a la fosa.
¡Qué trágico recuerdo! ¡Qué atroz reminiscencia!
¡qué luto, qué borrasca de polvo en mi existencia!
Recuerdo que mi madre mi lágrima enjugaba,
al tiempo que con dulces palabras me alentaba,
bebiendo aquél, su cáliz, con santa fortaleza;
pero ese gesto sólo colmaba mi tristeza.
Sus labios musitaban: ".ahora y en la hora
de nuestra muerte." y luego.y luego calla y llora
mas, llora sin que nadie se entere de su llanto,
con admirable temple, como el de un mártir santo.
¡Oh madre, madre mía! ¡con qué ufanía evoco
aquel suceso acerbo que muy poquito a poco
se fue como asentando, quedando diluido
entre la fe y la sangre del corazón herido!
Al paso de los años me acostumbré a mi pena,
igual que se acostumbran las olas a la arena,
como los esquimales al hielo de los polos
o como se habitúan algunos a estar solos.
. . . . .
En medio de mi bruma y ya casi desprendido
del tronco que a la vida me trajo, malherido,
no obstante me aferraba del tallo, cual la rama
que estando desgajada y agónica, reclama
la parte de la savia que en ley le corresponde,
hablando con mi padre que nunca me responde.
Seguí luchando entonces en esa tan siniestra
etapa de mi vida como hace en la palestra
el gladiador gallardo, impertérrito, indomable,
que hiere en sus ensayos al Ogro con su sable.
Así como un rebelde montado en su inconsciencia
y cuya fe se expresa con franca decadencia;
con el rencor impropio del hombre fuerte y bravo
que vive en la ignominia como cualquier esclavo
y pese a que en sí lleva de Dios la semejanza,
ignora el equilibrio que atañe a la balanza,
como el desvergonzado que ostenta su amargura
cual tácita protesta contra su desventura.
Oré clamando al cielo desde esa sorda idea
donde la sangre hierve, donde la fe se orea
y en abonados surcos, con mágicos fulgores,
apareció radiante la Gracia cual las flores
que en los jardines nacen, que en las campiñas crecen,
igual que las que amantes románticos se ofrecen.
Y un nuevo sol intenso brilló sobre mis cielos
como una clara lluvia de paz y de consuelos.
. . . . . .
El Dios que no abandona, que nunca nos olvida,
el mismo que a mi padre le diera nueva vida,
al hambre de su gracia sació con su alimento,
haciéndome el regalo de un nuevo Sacramento.
Fue así que, do' el pecado abundó, sobreabundaba
su gran misericordia con la que me sanaba
y al mar de sus bondades, con toda mi energía
juré que con mi vida y honor respondería,
desde la vez primera que estuvo entre mis manos,
haciéndose alimento de todos los humanos;
aquella en que de hinojos ante su altar lloraba
sintiéndome un indigno del don que me otorgaba.
¡Qué extraño aturdimiento! ¡qué enorme mi osadía!
¡cuán alto el privilegio que Dios me concedía!
Yo no entendí ni entiendo por qué el Señor me escoge,
por qué lo que otros tiran El siempre lo recoge,
Por qué cuando parece que el mundo se nos cierra
y en medio de los tantos caprichos de la tierra,
lo débil, lo más frágil, mi Dios lo vuelve fuerte
y cambia en vida eterna lo que antes era muerte.
Al fuego de su gracia sobre mi noche fría
volví a configurarme con cálida armonía
y así viví unos años como quien vive un día
amando y era toda mi vida poesía,
mis versos oraciones, cual perlas engarzadas
que van formando ristras de dudas disipadas.
. . . . . .
Después de cierto tiempo rayano en el misterio
y de un feliz, vehemente y fecundo ministerio,
un aire de inconsciencia sopló en mi sementera:
¿orgullo? ¿indiferencia? No supe lo que fuera,
pero de nueva cuenta mi fe se fue mermando
como cuando en las tardes el sol se va ocultando.
Fue entonces cuando supe por qué su luz se anuncia
y en qué consiste el voto que alude a la renuncia.
En mi alma maquinábanse insólitas protestas
y dudas insidiosas, falaces, manifiestas,
que cimbran y estremecen profundas convicciones,
como esas que le cambian el cauce a las pasiones.
En cada femenina belleza yo veía,
como hacen las abejas, el néctar, la ambrosía;
como los colibríes que al aire se sostienen,
libando ricas mieles con las que se mantienen.
Y fue también entonces cuando, de mi destierro,
me fui cargando flores como quien va a un entierro
.Gusté los raros postres de dulces en terrones,
a veces charamuscas o rancias colaciones.
Sentí asomarse a mi alma las nubes nebulosas
que advierten huracanes y ahuyentan mariposas.
Anduve mucho tiempo como esos extranjeros
que fuera e su Patria se sienten prisioneros,
extraños, maniatados y ajenos al idioma
y aquí, sin duda cabe, que ponga punto y coma.;
. . . . .
.Y aquí también ocurre la parte de esta historia
que, pese a ser reciente, se escurre en mi memoria
Mi Dios, mi Dios tres veces divino como santo,
me interpeló pidiendo razón del fatuo encanto
con el que en saco roto su amor malbarataba
y a lóbregos, profundos abismos me arrastraba.
y yo a rendirle cuentas del corazón impío
que ardía aquí en mi pecho.;pero de tanto frío.
Mi madre ¡oh Dios! mi santa viejita se moría.
Murió sin darse cuenta. Murió sin agonía.
Murió tan lentamente que nadie le creía
logrando confundirnos y haciendo que dormía.
Así, sin estertores ni póstumos quejidos,
se fue con el sigilo con que huyen los bandidos,
después de haber robado las cosas más valiosas:
la luz, la vida, el alma, la esencia de las cosas.
¡Oh madre, madre mía! ¡qué mal, qué mal te viste!
¿Por qué si te marchabas, jamás te despediste?
Yo a ti te dí la dicha de ver mi nacimiento
y a cambio me pagabas dejándome el tormento
de ver que te morías tan lenta, lentamente,
como se muere a diario la luz del sol Poniente.
Tu fuga caprichosa le trajo a mi alborada
la angustia, pues te fuiste tan sin decirme nada,
igual como se marchan los que han dejado huella,
dejándome sin fuerzas, sin luz y sin estrella.
. . . . . .
Desde ese aciago día fue más oscuro el luto.
Se ha vuelto sempiterno, dramático, absoluto
y la orfandad es ahora mi pan de cada día;
el sol es un granizo, la noche más sombría,
la luna más lejana, mi almohada de granito,
mi lágrima más fácil y el éter.infinito.
Me siento, en fin, tan solo, como el enamorado
que, lejos de su amada, como un decapitado
revuelca por los suelos su cuerpo sin cabeza
y en un temblor arrítmico abate su tristeza.
Lo mismo que un violento gorila que, enjaulado,
con ojos iracundos y hocico ensangrentado
agita con sus manos las barras de su reja
y entre chirridos fieros a su rival aleja.
Sin rumbo voy, sin meta, sin brújula, sin tino
y sólo crecen cardos sobre cualquier camino
por donde torpemente me arrastro gemebundo,
sin nadie que me escuche sobre la faz del mundo.
Endeble, infortunado, nostálgico, arruinado,
deambulo por las calles convulso, trastornado,
como un volcán en plena erupción, cual poseído
que clama y vocifera palabras sin sentido.
Hay veces que consigo la paz por un momento,
sosiego en mis sollozos, quietud de pensamiento
y entonces, sólo entonces, la luz a cuentagotas
se vierte. indefinida, sobre mis alas rotas.
. . . . .
Y allí es cuando aparece como una llamarada
brillante, refulgente la luz de la alborada,
augusta, majestuosa, benéfica, precisa,
con ese imán que adorna y envuelve a la sonrisa,
lo mismo que aparece con un asomo incierto
la magia del oasis en medio del desierto.
El Dios, el Dios que llama, que siempre está llamando,
quién sabe desde dónde, quién sabe desde cuándo,
el Dios que ya intuía desde mi tierna infancia,
volvió a llenar, afable, de luz mi turbia estancia
tan lóbrega, tan tétrica, tan fúnebre y errada,
sacándome del polvo, del fango, de la nada.
Su tierno amor, su gracia, con gran misericordia,
vinieron y arrancaron de mi alma la discordia
trayéndome el indulto, la fe, la redención
como un salvoconducto para mi corazón.
Por eso a veces pienso que estoy en todas partes
y vivo confundiendo los Jueves con los Martes.
Por eso ser un ave quisiera y soy gusano
que aspira a lo divino desde su ser humano.
Zafarme yo quisiera del mundo y sus prisiones,
auriga de mis sueños y de mis emociones.
También por eso canto y en Dios me regocijo
porque su amor ha sido tan grande y tan prolijo
que aún no sé ni entiendo por qué el Señor me escoge,
por qué lo que otros tiran, el siempre lo recoge.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC (Derechos reservados)
Autor de la Poesia: Heriberto Bravo Bravo SS.CC
Datos del Poema
  • Código: 297823
  • Fecha: 30 de Julio de 2007
  • Categoría: Nostalgia
  • Media: 8
  • Votos: 15
  • Envios: 1
  • Lecturas: 1,855
Datos del Autor
Nombre: Heriberto Bravo Bravo SS.CC
País: MexicoSexo: Masculino
Fecha de alta: 22 de Agosto de 2002
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