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Categoría: Recuerdos

LA PALMA DEL MARTIRIO

LA PALMA DEL MARTIRIO


Poeta: Luis Arceo Preciado


 


Desde los trece años


y unos meses cumplidos,


el Niño José Sánchez


era una nueva flor


para la cruz de Cristo.


 


Su vida fue un ejemplo


de amor y de heroísmo,


para todas las gentes


de venideros siglos.


 


Empezó en su Sahuayo,


en la hora inicial del catecismo;


ya desde allí rezaba santidad,


con devoción cristiana


como todo buen hijo,


a prepararse para recibir


la palma del martirio.


 


Una fuerza interior


lo llamaba a ser digno


modelo de virtudes:


de valor, de piedad y sacrificio.


 


 


 


 


Fue su nombre de pila


José Sánchez Del Río,


Y se llamaba así,


porque en su corazón se acumulaban


las vertientes del agua del bautismo.


 


 


Dios lo llenó de gracias


con un mar de fervor hacia su Hijo.


Y si Del Río se llamaba,


su vida había de ser como otro río.


 


Caudaloso y fecundo,


mensajero de luz y de optimismo;


llenando de frescura los parajes,


como deben ser siempre


todos los buenos ríos.


 


Que viven sin descanso,


cumpliendo su destino.


 


Como una bendición para los pueblos,


donde crecen las flores y los trigos;


haciendo que se llenen los viñedos


de sagrados racimos.


 


Este era José Sánchez,


que del Señor cumplía los designios.


Él no sabía por qué,


pero así estaba escrito.


 


Y se fue de soldado a las regiones,


-donde empieza la senda del Calvario-


siendo todavía un niño,


pues para dar la vida por la fe,


no existe ni la edad ni un plazo fijo.


 


Allí con los Cristeros,


sus amigos,


compañeros de lucha,


era un campo propicio


para darse en ofrenda a Cristo Rey:


 


¡Allí José levantaría su cáliz


y probaría del dolor el vino..!


 


La Iglesia de Jesús


sufría persecuciones y suplicios.


Era víctima injusta


de atentados y burlas


de altas profanaciones en su culto


e iniquidades contra sus ministros.


 


 


Mas él, José, muy lleno de entusiasmo,


quiso verter su sangre


por los santos principios


que le hubiera inculcado el Evangelio


y conservaba siempre en lo más íntimo.


 


Al niño José Sánchez


lo ha apresado un esbirro


y por cárcel le han dado


le han dado el templo mismo.


 


Terribles y arbitrarios los verdugos.


En sus negros designios


había maldad y muerte.


Con mano poderosa, los políticos,


así habían convertido


en un corral de gallos de pelea,


el sagrado recinto.


 


Ya no se repicaban las campanas,


nadie acudía a misa los domingos.


El pan para las hostias eucarísticas


sólo a escondidas era repartido.


 


Mas a José se le agolpó la sangre;


de repente le vino


un impulso de santa indignación.


Y al ver como los gallos ofendían


el silencio, la paz y los altares,


se le clavó una decisión en el espíritu:


y tomó cada uno por el cuello;


y los mandó al abismo.


 


Luego cubrió sus labios de plegarias.


El terror del peligro


galopaba por todos los rincones.


Y el que fuera testigo


en el momento de aceptar la fe,


al recibir las aguas bautismales,


lo había dejado solo,


ya no era su amigo.


 


Ya, sin más, la sentencia estaba dada;


no iban a hacerle juicio.


Sólo lo llevarían al Camposanto.


Y en medio de la noche,


con un pequeño proyectil salido


de la mano implacable de la muerte,


José Sánchez caía


santificado y sin sentido.


 


Pero antes, recorrería el camino


amargo y cruento de los sufrimientos.


Lastimaron su cuerpo con el látigo,


Y las dagas lo hirieron con su filo


y marcaron las plantas de sus pies


en heridas en cruz, con los cuchillos,


para que más trabajo le costara


llegar hasta el patíbulo.


 


Eran irresistibles los dolores


en cada intento para dar un paso.


 


Las puertas de la gloria


ya esperaba al Mártir,


que no dejaba de decir en el trayecto:


“Que Viva Cristo Rey,


que viva Jesucristo.


Virgen de Guadalupe,


ten piedad de tu hijo”.


 


Cuando iban por la calle,


camino al Campo santo rodeado de pirules,


y en medio de las sombras de la noche,


un militar tal vez compadecido,


o con saña y crueldad,


quebrando las tinieblas


y el silencio,


le disparó muy cerca del oído.


 


En ese mismo instante


el viento y las estrellas y los árboles


anunciaban gustosos


y entre llanto,


que había nuevo elegido.


 


En ese mismo instante,


lágrimas y oraciones


salieron a su encuentro en el camino;


se alegraron los templos,


y cantaron los campos de cultivo


 


¡El Niño José Sánchez


empuñaba la palma del martirio!


¡Que si su edad era precaria,


fue más grande su amor y su heroísmo!


 


Ya se había consumado el holocausto.


Ahora el Niño Mártir


era una nueva flor


sobre la alta del sacrificio.


 


Y en ese mismo instante,


se presentó en la eternidad,


se presentó en la eternidad con Cristo.


Santificado para siempre


y por todos los siglos.


 


POETA LUIS ARCEO PRECIADO


 


 


 


 

Datos del Poema
  • Código: 374520
  • Fecha: 15 de Mayo de 2016
  • Categoría: Recuerdos
  • Media: 1
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 724
  • Valoración:
Datos del Autor
Nombre: luis arceo preciado
País: MexicoSexo: Masculino
Fecha de alta: 12 de Enero de 2010
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