Te veo y no lo creo,
tanta belleza unida,
puro alimento del deseo,
maravillosa bienvenida.
Yo sólo estaba llegando,
y tú ignorabas mi presencia,
yo sólo estaba observando,
la elegancia de tu esencia.
Tú nunca imaginaste,
poder conocerme a mí,
jamás tú deseaste,
que alguien se fijara en ti.
Pero la culpa no fue mía,
sino de la belleza de tu alma,
también del amor que yo sentía,
y de mi mente que perdió su calma.
Pero no digas nada, sólo ámame,
regálame tu vida, tu deseo, tu silueta,
y yo no digo nada, pero ámame,
y te regalo al amante, el sensible, el poeta.
EFRAIN TRINIDAD RODRIGUEZ
Morovis, Puerto Rico
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