sin permiso

No permitas que las últimas hojas de tu amarga tristeza
Caigan sobre los limpios patios de un nuevo amanecer,
Ya que no nos debemos más que un silencio y dos calles.
Alguna caricia habrá quedado resignada por siempre
Temblando sobre las yemas de nuestros indecisos dedos,
Sólo porque nuestras pieles apostaron a quedarse en un letargo
Y el corazón en la boca de la rabia se mordió las ganas y el deseo
Y sus dientes afilados cortaron vértebras, proyectos, buenas nuevas…
Ahora sangrando y desangrados, inermes como flor de jardín
Vamos fertilizando con nuestra sangre rancia de ternura
Este rencor sordo que no para de gritar y no puede escucharnos.
Porfiados los sentimientos (¡nada buenos!) que han venido a habitarnos.
Ya hasta la angustia se sabe una más de las nuestras
Y el olor a culpa creció entre las malezas del hastío
Y entre las sombras del quebranto y entre los miedos y entre nosotros
Y entre tanto no pudimos ocultar la arrogancia
Que destila el alma a destajos en sus tedios y en sus modorras.
No permitas, niña, que caigan las escamas secas de tu hondo dolor
Sobre los prados de aquella esperanza que aun sobrevive en la luz.
No lo permitas tú ni las sañas miserables del destino
Porque ya hemos agotado el stock de consuelo,
Desahuciado al pobre tísico del amor que se creía lungo,
Abandonado a su suerte mísera a la alegría.
Y nos queda o mejor dicho te queda y me queda
Un nuevo amanecer y aquella esperanza
Y si caen las últimas hojas o las secas escamas
Quedara el esqueleto de nuestras flaquezas sin corazas
Y nos meteremos mareados en la noche negra y eterna
Para cerrar los ojos y hundirnos en el abismo
De ya no podernos olvidar.