Ay, mis sueños, mis sueños

No me tildéis de triste
ni me juzguéis de loco,
ni me miréis con esa mirada acusadora.
¿Qué puede hacer un hombre
que vive solitario,
un hombre sin historia
que abomina del tiempo,
que seduce a la gloria,
un hombre sedentario?
Mi tiempo no se rige por un horario fijo.
No reclamo a las horas su paso transitorio
que deja cicatrices.
Ni tampoco me rijo
por las horas felices,
escasas como el sueño o el ensueño,
ni aspiro
a vivir en las cimas del misterio absoluto.
Y no penséis que miro de reojo a las cosas
o que corto claveles para no cortar rosas
o que mi alma no entiende del dolor o la pena.
Dejadme en la serena
contemplación abierta
del peregrino ausente que encuentra, al fin, la puerta
y clama desde lo hondo de su dolor a gritos;
ni penséis que marchitos
se han quedado mis sueños,
como fuente apagada,
como un río de hielo.
Mis sueños aún conservan su exhalación de cielo,
su ternura de lirio,
su crepitar de fuego.
¡Ay, mis sueños, mis sueños!
Siguen siendo ese ruego que brama
en la penumbra de sus contrasentidos.
Viven, viven mis sueños y el alma los reclama
porque son los latidos
del corazón lloroso.
No esperéis de mis años un lozano y frondoso
bosque desencajado de lianas y hojarasca.
Ya pasó la borrasca,
ya se asentó la arena.
Mejor dadle a mi alma
una ilusión serena,
una caricia blanda, un abrazo amistoso
y yo seré dichoso, como un pez en el agua.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC