Me duele madre querida,
mirar tus ojos ausentes,
esos ojos que nos miran
y ya no lo hacen de frente.
Ojos que en su día fueron
brillantes como luceros,
transparentes cual diamante,
encendidos como el fuego.
Ojos que tenían luz propia,
ojos cómplices, risueños,
negros como dos olivas,
alegres, llenos de sueños.
Me duele madre querida,
coger tus trémula manos
ver el miedo que tienes
a los que te acariciamos.
Esas manos, que antes tersas,
me acariciaban con mimo,
esos abrazos de amor
que contigo compartimos.
Chelo Álvarez
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