Yo Que en la noctámbulidad fehaciente del sembradío certero de mis dudas,
La veintiunica claridad del día ha sido siempre preferirme puente
y no destino
(Y aun siendo la veintiunica, bien bonitos
y profusos desatinos me he impartido) Que he soltado tantas grullas en el viento como clamores de trueno
En la garganta,
Que he poblado de silencios los espejos agonizante la palabra
Que he tenido mis pupilas engalanadas con capullos de algodón y otras tantas, porque negarlo,
Enlutadas con el filo del acero
Y aun así,
Conservo la mirada
Que llevo tatuados en el hígado mis muertos queridos,
y otros muertos por decreto
Que tiran
de mis huesos en ciertos instantes de Difícil digestión
Y aun así, te quiero. Que he abrazado en más de una ocasión Desnuda a la lluvia por no sucumbir ante Esas,
las graníticas, las rotundas decepciones que nos tienden a roer.
Que he temido locamente
perder mi fe sin dueños, mi pequeñita y modesta fe.
Y he aprendido que solo perdiéndola, es que la reencuentro una y otra vez.
Y por eso, creo.
Que he bebido hasta embriagarme de nubes, y mañanitas nupciales,
Saboreado el aleteo alegre y trasnochado de la translucidez
Que me he desangrado en el laberinto selvático de las pasiones, no en vano.
Nunca lo fue.
Yo declaro Conmigo misma de testigo Felizmente inacabada Esta minima autoconfesión
Miriam Mancini 1976-.