Perú,
tierra india,
nuestra,
que ruges enlazada
entre el brocal
de una espada,
del español que vino,
vio
y no aprendió tu quéchua;
hoy tu grito te hace fuerte,
grande
como Tupac Amaru,
con el coraje de río profundo,
de héroes que subliman
el Cuzco
y vuelven la mirada
hacia lo alto
de una cima grande,
que soporta
a Machu Picchu,
en busca del camino
de los Dioses.
Desde ayer,
tu audacia,
color de corazón herido,
pernocta en los campos de batalla
de Junín y Ayacucho
y se hereda
un olor a lucha agreste,
que será para ti,
peruano y hermano,
el polvo de una ornamenta
con sangre,
el agua de un arroyo
que llora
y la angustia
de un solitario pajarillo,
que no te dejará caminar.
Correrás con valentía
atado a un sueño caviloso,
ante el trotón de seis patas,
que hará germinar
de tu tierra
el deseo del arco y la flecha,
de tu tronco Atahualpa,
para defender tu dominio
de la nueva espada
del agresor marcial,
de cinturón de piel
y de charretera vil.