Amada mía, ¡fruta prohibida del Edén!,
revivo tus encantos con nostalgia contenida,
advierto con irisación poética
tu forma de querer,
que llenó por completo mi vida,
y ahora camino solitario, sin fe...
Sin tí ya no tengo nada
y, cuando la noche caiga,
tu aliento no calentará mis labios,
mis labios no recorrerán tu piel,
ansiosos de devorar tus pechos
suaves como la miel...
Ya no se abrirá la flor del placer,
ya no se unirán nuestros destinos
para correr paralelos por doquier
aventuras, peligros y desatinos.
Ya no me queda nada,
tan sólo el recuerdo.
Por las mañanas miro al cielo
y veo en una nube tu cara,
tu cara blanca, tan blanca y limpia
como tu alma.
Y rezo por tí y también por mí,
para que nos volvamos a encontrar
algún día, allá en el cielo,
y nos volvamos a amar,
ya para siempre, a través del tiempo.