La casa está callada,
duerme una larga siesta de verano.
Las maderas no crujen, el reloj ya no late,
ni siquiera un zumbido, nada, nada se oye
el silencio es total.
Una húmeda sensación estremace la piel.
Pero así; de repente, una cálida brisa
remonta las sutiles cortinas del amplio ventanal.
Da presencia a las cosas, los recuerdos renacen.
Hasta entonces dormidos los anhelos despiertan,
la tibieza retorna, se ilumina el ambiente.
Suena la campanilla, el pórtico se abre,
las risas contenidas se escuchan por doquier.
Qué música del alma la risa de ese niño,
que al llegar a la casa, redime los sentidos.
Si hasta el viejo reloj revivó su tic tac.
Graciana 8-9-o7