Riego tu piel
con el haz de luz que provoca
una nimiedad,
bella alfarera de mis encantos
ocultos, atraviesas mi sombra
curtida por tantos desengaños,
y te situas donde
los gnomos de la impaciencia
me arrastran indelebles,
tan corpóreos y oscilantes
como la vida misma.
Cosmopolita de mis geografías,
describes aquellos límites
de mis territorios
cual si fuesen tus propias Repúblicas,
tus propios pasos fronterizos,
tus cónclaves impropios...
Y me llevas, prendida en
tu espalda, declive
perfeccionado por algún artesano
que aún antecesor, talló
los surcos perennes de una
savia enrojecida.
Riego tu piel
para que mis aguas
inunden tus ríos
sin morir en tus mañanas.