Solo fue un sueño, pero
estabas aquí en esta casa
organizando papeles, facturas,
recibos pagados e impagados
y venías a contarme no sé que historias
o a darme un abrazo.
Tus hojas eran lienzos, que impresos
desde alguna máquina fría, dibujaban tu vida.
En tal fecha pagaste el seguro o hiciste tal reparación.
¿te acuerdas?
Yo asentía o te daba un beso.
En la mesa, cubierta de sobres y anotaciones
sobresalían las cajas de archivadores
que pretendían comprimir toda la correspondencia
que como en un museo, poder recorrer,
en un domingo soleado, todas las salas
y admirar el trabajo y el tesón del comisario
que supo administrar, ordenar y componer
toda la información de números, disposiciones,
fechas, moratorias, aplazados, ingresos y demás
en fundas herméticas, libres de polvo
que delataban tu valor en la vida.
Ahora la mesa está vacía,
como el vacío que has dejado en mí.
Te llevaste cualquier indicio de tu pasar por este hogar
hasta la crispación que me producía el desorden había desaparecido
pero te echo de menos, siempre notaré tu ausencia
Ayer, por casualidad, encontré una factura con tu nombre,
la desdoble cuidadosamente, la ojee y recordé
y tal como hicieras tú la eternicé en una funda de plástico
y la dejé sobre la mesa. Era el único desorden que pude obtener,
y me gustaba observarlo.