Tú tenías veintitantos desconsuelos en fin de temporada. Una primavera inventada. El museo del prado en otoño. Un póster de una esquinita de Madrid. Un santuario. Un cementerio para rezar por los dementes que se despedían de ti.
Yo tenía diecisiete monedas perdidas en la Fontana de Trevi, en las barcas del Sena. Una promesa podrida escrita en un candado atado a un puente lejano y perdido, que ya era canción olvidada, flor desmayada en un invernadero.
No pasaron ni tres días y me he quedado con las ganas de invitarte a tomar algo. Un café con hielo, un helado en el Lateral o unos pinchitos de tortilla en la Plaza Mayor. Yo prefiero una infusión para relajar el corazón que le tengo mordiendo cristaleras.
¿De dónde has salido? Te llevo buscando varios años, en el fondo de una copa, en algún ascensor. Tanteando el espacio en los jardines ,en mis dilemas, en las guerras con algún colchón.
Vamos a dar una vuelta por la Gran Vía y si quieres te invito a cenar, pero luego no me pidas facturas. No tengo nadie a quien culpar.
Puedes entrar en mi casa, si quieres, pero te advierto que mi cama está hecha de estalactita, de cuevas, de cadenas, de cabos sueltos por las mañanas- dijo.
Tú tenías una historia escrita en los zapatos y yo un tango incendiado. Un intento. Una mentira. Una bandada de cuervos en las sabanas.
Planeaba la huída en un descapotable como Telma y Louis. Arrojarme tal vez por algún precipicio. Rendir cuentas a este papel, a esta prepotencia, a esta línea de compás. O beberme un güisquito doble o nada sin ti. Apostarmelo todo a cara o cruz. Piedra papel o tijera. Ya no sé lo que es la vida. No quiero estas calles sin ti.