En lo más profundo del corazón
del ser revolucionario,
existe el deseo de morir bien,
por una causa noble,
por la noche
que desperdiga incertidumbre
y cubre sus movimientos,
por el amanecer
que induce al gallo
a cantar feliz,
ante la alborada
de un día nuevo de camino.
También por ese gallo
que morirá de angustia
y jamás cantará las luchas
por las tierras mal repartidas,
por esa tierra
que cubre no sólo al muerto,
pero que fecunda a cada minuto,
nuestro pensamiento.
Por el trabajo
del obrero plusvalítico,
que se arrastra por su ignorancia
y que morirá también
de angustia
y de hambre,
aplastado por una máquina
empleomaniática,
que no lo dejará cantar tampoco,
hasta el crepúsculo
de un nuevo día de camino.