Cazador de instantes

Desde el instante, ese glorioso lapso que dirige al vértice del tiempo, ínfimo periodo que detenta los secretos del inimaginable acontecer, limite en el que todo converge con pasmosa sencillez.


Sorprendido por el intenso flujo vital del inmenso mar cósmico que nos contiene, con su profundo sentido y hermético significado, descubrí, desde mis lejanos recuerdos, alojado en lo más recóndito del espíritu, al jardín del alma, florido en remembranzas de paz y aromas de alegría, entonces me envolvió un roció de esperanza.


Contemplé al inmenso espacio y me resigné al intervalo que me tocó por sino vivir, para recorrer una ínfima parte de esta eterna distancia, como testigo maravillado del majestuoso cosmos, conteniendo a la existencia dentro de un sencillo instante.


Observé la vida en su plenitud, una puesta de sol, un lago reflejando al cielo, un bosque espeso y brillante, la sonrisa de un niño, el consejo de un sabio, la experiencia relatada en los libros y tantas cosas más que me llenaron de gozo.


Reencontré la ruta olvidada, esa vereda que encarnaba mis ilusiones y contenía a mis desenfrenadas pasiones, fue el regreso a la Itaca clásica, dimensión donde moraba el origen y razón de vivir.


Sentí el intenso fluir sanguíneo traduciéndose en vida,

mis sentimientos se volcaron para abordar el vehículo de la conciencia y encontrar en la insignificancia lo maravilloso.


Así la vida se tornó en una cotidiana sorpresa de memorable alegría, alejado de la tristeza, del tedio y la monótona rutina de la intrascendencia, que otrora carcomía los días.


Experimenté la imperiosa necesidad de actuar con impecable certeza y amorosa pertinencia, así, al verme rodeado de miradas de afecto, sonrisas de amor y caricias de luz, le arranqué indecibles secretos a la existencia y me sumergí en la sencillez de un instante, portador de eternidades.