Él estaba allí, sentado en su escritorio
Con la pluma entintada
Y su papel ilusorio...
La fantasía de su cuento,
Hacía días estaba marchita,
Y él permanecia quieto...
Sentado en su trono, ni se movía...
¿Qué he hecho?
¿Acaso no le he dado el suficiente cariño?
¿Acaso he sido tan egoista de no cuidarle?
¿De no atenderle?
¿De no mimarle?
Salí de la sala con una lágrima en mis ojos,
Le dejé solo, de nuevo...
Cuando volví seguía donde estaba...
Si quiera un mechón de su pelo se había movido,
Sus ojos vacios no aparentaban mirada...
Se perdía en el papel, en la alborada...
Me acerqué a su lado y tomé su mano...
No me miró...
Susurre en su oído cuanto le amo...
No me escuchó...
Le pregunté si en algún momento le hice daño...
No respondió...
Coloqué mi mano en su corazón y...
No latió...
Yo lloré de desesperación,
Al comprobar que mi dulce musa,
Mi dulce amor...
Cayó el suelo... sin respiración...