Llueve, y acaricio las madreselvas
de tu pelo,
detrás de las murallas inexpugnables
de una bandada de pájaros
ausentes.
Llueve, en la soledad de mis
adioses, donde cada hasta
luego, es una espada,
que se clava en mis adentros.
Llueve, en mis gnomos
de ausencias y reliquias
tan nuestras,
en los besos que me diste
y en los otros que me debes.
Llueve, en tus ojos
de bella, cuna de mis
sueños, arrebato
de mis ansias,
geografía de tus
tierras indómitas.
Llueve, cuando el amor
es dolor de no tenerte,
y la belleza de
tu proximidad, me
invade, en cada
murmullo que profesas
a mis oidos.