Corazon a la intemperie

“El garimpeiro lo había dejado todo
para partir en busca de esmeraldas…
Las personas aprenden muy pronto
su razón de vivir…
Quizá sea también por eso
que desisten tan pronto.
Pero así es el mundo.”
(“El Alquimista”, Paulo Coelho)
Voy a dejar mi corazón a la intemperie,
a la intemperie de unas nieves perpetuas.
Dicen que el frío conserva bien
los órganos( también los vivos,
no sólo los hechos fiambre y embutidos).
Además así le evito ciertos sobresaltos;
sí, esos sobresaltos que aceleran
los latidos
y lo llenan de sentido;
pero tan sólo por un rato,
porque enseguida llega un virus.
Si tuviera dinero me criogenizaba
el corazón, sólo el corazón.
Sí, porque del resto no hay casi peligro
de enfermar gravemente en los tiempos que corren,
al menos en el Primer Mundo:
traumatólogos, oftalmólogos, dermatólogos,
neurólogos, otorrinolaringólogos, etcétera…
Todos te dan una salud
matemático-biónica perfecta.
Pero hay una peste que se propaga
por los corazones
con la furia de mil caballos negros
en estampida.
Y mi doctora tiene su consulta lejos,
junto a París.
Y las medicinas que hay son sólo un engaño
que la gente compra cada día del año.
Mi doctora no es psicóloga.
Los psicólogos saben mucho de la mente,
pero meten muchas veces la pata
si dan recetas para el corazón.
Te arreglan la mente, no el corazón.
Lo he comprobado en muchos
corazones ajenos.
Mi doctora no es psicóloga,
aunque sabe mucho del corazón.
Pero ella está lejos, muy lejos
de mi corazón.
Si tuviera dinero me criogenizaba
el corazón, sólo el corazón.
Así cuando despierte, mil años después
de pasada esta peste,
quizá
alguien lo quiera recibir
y cuidar sinceramente.
Otra posibilidad es partir el corazón en dos,
después de todo es lo que está de moda.
Bueno, a decir verdad, está un poco desfasado.
Ahora se lleva más eso de partirlo en
tres, cuatro, cinco, séis, siete, etcétera, trozos;
simultánea o sucesivamente,
¡ qué más da!;
conmutativa o asociativamente;
¡ qué más da!;
copulativa o disyuntivamente;
¡ qué más da!.
Y si a las albóndigas de corazón de toro
les pones los cuernos
el plato, dicen algunos,
es más suculento aún.
Pero, bien pensado, mejor no:
el corazón se sirve entero
y no a cachos o en croquetas mezcladas
de corazones diversos.
“ Corazones partidos
yo no los quiero.
Y si le doy el mío
lo doy entero”
cantaba un afamado cocinero de corazones,
pensando en su amada.
Si tuviera dinero me criogenizaba
el corazón, sólo el corazón.
Pero, bien pensado, mejor no.
Porque la comida congelada
pierde la ternura y la frescura
de su sabor.
Mejor,
voy a dejar mi corazón a la intemperie,
a la intemperie de unas nieves perpetuas,
pero sólo un rato.
Y luego lo dejaré en el frío lecho de un río.
Y dejaré que, en el vaivén de la corriente,
mi corazón se hiera con un millón de piedras;
hasta que se tope con la dureza
de dos inseparables esmeraldas.
Y dejaré que, en el vaivén de la corriente,
las dos esmeraldas quiebren mi corazón
en un millón de piezas.
Y como no me gustan los poemas
en monólogo,
acabaré éste dirigiéndome
a ti.
Así que te digo
que te dejaré hacer un collar
con las cuentas de mi corazón;
y que lo mantengas unido
Por el hilo plateado de tu amor.
Así que te digo
que te dejaré colocar tu collar
sobre tu tibio pecho;
y que lo mantengas caliente
con el latido fiel de tu pasión.
Y te lo digo,
aunque no vaya a ser cierto.
Y, para terminar mi poema,
te pido que me perdones
esta ironía que lo estropea.
No es por ti,
es por el mundo.
Es por ese mundo
que no deja
que tú
seas
tú.