Equivocarse es humano y perdonar es divino.

Entre los males que fatalmente agobian a la humanidad, ninguno
Nos produce mayor indignación y rebeldía que la injusticia. ¿Y quién puede decir que no ha sido víctima, alguna vez, de la injusticia?
¿Quién no ha sentido sublevarse todo su ser al verse tratado injustamente?
¡Cuántas veces hemos sentido el imperioso deseo de tomar venganza con nuestras propias manos y aniquilar a quien nos humilla!
¿Pero alguna vez nos hemos puesto a pensar en que también nosotros hemos cometido injusticia con nuestros semejantes? Quizá por equivocación, por mala fe o por egoísmo, hemos cometido esa falta, y. sin embargo, ni siquiera tomamos en consideración ese hecho, porque muy humano es ver inmediatamente grandes las faltas de los demás y ni siquiera mirar las propias. He aquí la primera injusticia que todos cometemos.
Si, por nuestra misma condición humana estamos expuestos a cometer las mismas injusticias que se cometen con nosotros, ¿Por qué esos imperiosos deseos de venganza que nos atormentan y hacen más amarga la existencia? Porque hoy seres que viven solamente con el deseo implacable de vengar alguna ofensa o injusticia de que han sido victimas, y fuera de ese sentimiento no encuentra otro objetivo en su vida. Estos seres pueden ser comparados con los que han adquirido el vicio de alguna
Droga, que viven una existencia falsa, atormentada por una sed inextinguibles de aquello que nunca les dará la felicidad. Porque aunque logren sus propósitos no quedarán satisfechos ya que la venganza es como esos licores fuertes y enervantes que, lejos de apagar la sed, dejan un resabio amargo que atormenta.
Lo mismo sucede en las grandes que en las pequeñas cosas, porque no solamente Me refiero a las ofensas grandes y las venganzas crueles.
Hay en nuestra existencia un número incontable de pequeños accidentes
Que establecen una cadena de ofensas y venganzas, casi diría sin importancia; pequeños desquites que van endureciendo nuestra alma y que nos tornan intolerantes y crueles, que amargan nuestra vida y nos hacen desdichados.
¡Cuánto más sublime es perdonar! Y cuánto más provechoso para nosotros mismos
Que sentimos paz y felicidad interior cuando logramos vencer la ira que es mala concejera. Cuando en vez de sentir deseos de hacer sufrir a quien nos ofende o nos humilla, logramos perdonarle y, más aún, devolverle el bien por el mal que nos hizo, adquirimos un caudal de tranquilidad y dicha que tiene mayor valor que todas las
Riquezas materiales. Y si en las pequeñas cosas logramos esto, fácil será lograrlo en las grandes, haciendo de nuestra vida un manantial de bondad y comprensión que
Nos abrirá los corazones y nos dará la felicidad.
Tratemos de borrar de nuestro cerebro esta frase, "Puedo perdonar, pero no olvidar', que es sólo otro forma de decir, "No puedo perdonar'
Para dar pasada al sentimiento real del corazón y así aprender a perdonar sinceramente. Genito/vevi0/Otoño/2004