Todas culpas se escurren sucias entre los dedos de la vida,
sin merito a la sombra del odio van pudriéndose los pedazos.
El hambre se hace necesario para que no duelan las heridas,
la esperanza se desmaya sobre los duros muros de los fracasos.
Vestidos de lujo adornan las tumbas de todas sorderas
mientras las manos en tierra fértil se hunden siempre trunca,
los vacíos ya no los llena nadie, son espantos en las praderas,
para el día siguiente ya no existirá, cual no existiera nunca.
Si reparamos en lo efímero de las cosas, del tiempo escaso
ya queda tan poco, luchar sería revolver la vieja inmundicia,
queda sombra difusa, los gritos de los sedientos son fracasos,
agua intocable deshecha en mil gargantas vacías de justicia.
Los saludos o las sonrisas solo son muecas de cuerpo muerto.
Maldita sea, todo se transforma en papeles de usar y tirar
como evitando sorpresa, hasta los ojos duermen abiertos,
qué hacer ahora si no queda más que en silencio respirar.
El hermoso rostro del hermano se moja por otra histeria,
los llantos se acaba entre las algas de un mar canallesco,
los carros de la piedad recorren los pasillos de la miseria,
ilusiones quedan a lo largo del cuerpo inmóvil grotesco.
El dolor del ser humano fuera como un cataclismo arrasador
y rompiera hasta la última fibra de su ser, para el museo.
Para resultar distinto espero que esté escondido el Salvador
entre nubes inalcanzables, los insaciables mueran en deseos.
Autor: Alcibíades Noceda Medina