No te vayas (II)

Me levanto del lecho frío todas las mañanas.

Pero no puedo alzar la mirada al cielo,

preguntándome: ¿Dónde estás? ¿Qué es de ti?

Porque sé dónde estás, y sé qué fue de ti.

Mis respuestas ya no son nunca preguntas

porque éstas no tienen cuna para albergar

mi calor y agrandar mi plenitud.

Mis mañanas son frías y heladas porque

tus labios son ahora prisioneros del silencio,

y tus brazos tan solo cometas de cristal

transformados en olvido.

Yo no quiero cerrar los ojos,

prefiero tenerlos abiertos para

sentir mejor de cerca aquello que tú fuiste en mí.

Tampoco quiero escuchar Esperanza,

prefiero el canto de los pájaros que me

dicen que aún estás viva en mi corazón.

No quiero buscar tus labios con ansia

ni tampoco rodear tu cuerpo con mis brazos

para colmarlos de felicidad.

Prefiero creer en aquel silencio de la no existencia

donde aún puedo escuchar el eco sonoro de tus susurros:

no te vayas, quédate. ¡Te necesito tanto, amor!